Wednesday, June 11, 2008

Si no lo hago yo, lo hace un cubano!

La primera vez que vi a Edwin (1998 + ó -)estaba de cliente en un restaurante de Aibonito. Al parecer era conocido en el lugar porque cuando vieron el helicóptero llegar (llegó en helicóptero) me parecía estar viendo un episodio de Fantasy Island. Todos lo empleados estaban contentos. Luego me enteré que las propinas de Edwin como le decían todos, no bajaban de cien pesos.
Entró al lugar sonriente, con unas jóvenes bellísimas. Todas parecían ser sus novias por la forma en el que las abrazaba y besaba. Era un hombre feliz. Lo primero que dijo cuando llegó a la barra fue que de ese momento en adelante todo lo que se bebiera en esa barra él lo pagaba.
Yo no sabía quién era esta señor (50s). Luego me enteré, gracias a mis oídos de curioso de personas que llegan en helicóptero abrazando a lindas muchachas (un airecito de envidia, me imagino), que había sido jugador de baloncesto superior, que era ingeniero y que tenía grandes contratos con el Gobierno Se Puede de Pedro Roselló.
En resumidas cuentas, me quedé allí toda la tarde aprovechando el cachete ( el no tener que pagar lo que me estaba tomando) y escuchando cómo Edwin decía a los cuatro vientos cuánto le costaba el helicóptero y cómo había que aprovechar el momento.
Desde entonces pensé que Edwin era el pillo más honesto que había conocido en mi vida. Porque esa tarde nos contó a los que estábamos en ese restaurante familiar de Aibonito cómo él robaba en sus contratos con el gobierno. Lo hacía con chispa. Su mejor frase en toda la noche fue "si no lo hago yo lo hace un cubano". Cada vez que besaba a una de las chicas volvía a repetir la frase. Y cuando se daba otro trago o aplaudía al músico que estaba tocando volvía a recalcar que si no lo hacía él, lo hacía un cubano.
Diez años después, en otro restaurante de las montañas, veo subir por las escaleras a un señor serio, que busca aire donde sea para calmar sus pulmones. Se ve que hace tiempo que dejó el baloncesto. Es Edwin. Vino solo. Vino en carro. Vino triste. Se sienta en la barra. Yo estoy en el salón. Obviamente él no se acuerda de mí. Aquel día en Aibonito él era la estrella, yo aplaudía. Noto que todavía siente gusto por las muchachas jóvenes porque mira a una de las meseras y se le sale una sonrisita de esas que dicen "si no lo hago yo, lo hace un cubano".
No habló de sus casos en la corte (me asombraba verlo en la calle) y de su amorío con la ex-tenista. Tampoco habló de política. Pidió unas cervezas y cuando llegó la gente, sacó a bailar a quienes podrían ser las mamás de las chicas que llevó a Aibonito en los 90. El hombre sabe ajustarse.
Una vez me contrató un alemán de Florida que había vivido en Puerto Rico durante casi veinte años. De hecho se hizo rico aquí y, como casi todos los extranjeros hacen, se llevó su dinero para la Florida. Me dijo que Puerto Rico era un "small town" porque de la conversación surgió que teníamos varios conocidos en común. Cuando vi a Edwin en el Sand and the Sea en Cayey, recordé esa frase. Y aunque no me llevo con los corruptos, recordé que Edwin era un corrupto que no pretendía ser una santo. Eso le acumula puntos en mi lista. Alcancé escuchar que alguien le dijo que bailaba muy bien... Su actitud, por lo menos después de seis o siete cervezas era de que nadie le quitaba lo bailao....ni lo robao.

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Tuesday, June 10, 2008

El Muey Más Bello del Planeta


El fin de semana lo pasé en Vieques. Hacía mucho que no iba. Allí hice algo que no hacía desde 1987: nadar en el muey (como dicen los viequenses). Hay que decirle así, porque como aquel muey no existe otro en el mundo. Un atardecer en La Esperanza, nadando entre yolas y mirando hacia el oeste es como estar en el cielo. Por lo menos así me sentía cuando estaba en el agua, solo, hablando en silencio y recreando las tantas cosas que viví allí, cuando trabajaba en la Isla Nena, y antes cuando íbamos en la lancha de mi amigo Meral (que Dios lo tenga pescando con una joljuaser en la mano).
Recordé cuando llegaron las turistas topless y algunas residentes puristas de cierta religión le exigían al policía de 60 años que nunca llegó a sargento que las arrestara y él decía que una isla que vive del turismo no puede estar encerrando a la gente así porque sí. Además las mujeres no eran feas. A los tres días ya nadie las miraba, ni siquiera las religiosas.
Recordé que había un espacio cerca del muey donde Meral, su familia y muchos amigos acampábamos. Yo dormía al aire libre en un catre militar con una noviecita que tenía por aquellos años que decía estar estudiando verano cuando en verdad estaba chapoteando conmigo en las playas de Vieques.
Volví al día que la gringa loca que alquilaba los hobby cats se cruzó en mi camino a las dos de la mañana para preguntarme si quería compañía y pensé en flash time algo para salir dignamente de la situación. Le dije que estaba comprometido y que era uno de esos pocos tipos fieles que existen en el trópico. "I know you are a nice kid, if you change your mind, just let me know". Este fin de semana me enteré que murió hace años.
El lugar donde trabajaba está en ruinas. Es increíble. Tanto ambiente que había allí ahora está sepultado entre pasto y enredaderas.
Y sentí algo más en Vieques. Aunque parezca que no, el hecho de pasar por allí sin tener que sentir la presencia de los marinos y los barcos de guerra, me alegró. Y también noté a la gente más feliz, la gente chula de Vieques con la frente bien en alto.
En la lancha, de regreso encontré a algunos de mis antiguos compañeros de trabajo. !Qué mucho hablamos! Qué linda es la vida, qué linda es mi tierra y mi gente, qué bonito volver al muey. !Qué mucha calle!

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Thursday, June 5, 2008

Serrallés y los Gatilleros

Durante un tiempo estuve trabajando en el sur de la Isla. Cuando subía hacia el norte solía entrar al Ponce Hilton. Me gusta el lugar y conozco algunos de sus empleados. Además he trabajado para los Serrallés en varias ocasiones y para aquellos años el hotel les pertenecía. No sé si todavía es así. Hace unos días volví a visitar el hotel y me topé con el peso de los tiempos. La crisis económica está cambiándolo todo.



Cuando llegué a la Bohemia, el club que solía visitar, ya no había música en vivo y la gente elegante que se veía en la cómoda barra con sus cócteles clásicos, había sido sustituida por una banda de muchachones que llenaba en piso, gente mal vestida para un lugar en el que cada trago cuesta más de siete dólares. Ahora los sirven en vasos de plástico.



Terminé mi mal servido whiskey y me fui del lugar. Ya no era el sitio que tanto me gustaba visitar. Ahora con ir a la Guancha era suficiente. Camino al carro escuchaba la música de otro de los clubes o de una fiesta privada. La frase que repetía insistentemente el amenizador de la fiesta era ¿Dónde están los gatilleros?



Pasó por mi mente la cara del patriarca (mejor dicho matriarca, porque la que manda ahí es la doña, buenagentísima por cierto, especialmente cuando no tiene que aparentar) de los Serrallés. Pensé si él sabría que esto estaba pasando en el hotel, si todavía sería el dueño. Un salón del Ponce Hilton en donde se le hacía homenaje a los que matan desde un carro, a los que piensan que matar en la vida real es lo mismo que hacerlo en un juego de vídeo.



Pero también pensé que después de todo la riqueza de su familia les viene de hacer legalmente los que los puntos de droga hacen ilegalmente: alterar las mentes de la personas con sustancias químicas. El alcohol ha causado más muertes que las drogas en Puerto Rico y dondequiera. Viéndolo desde esa perspectiva no me sorprende que en el recinto de los Serrallés se estuviera bailando al son de Dónde están los gatilleros.

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